Sandra e Ignacio acaban de divorciarse. Atrás dejan doce años de matrimonio mientras su hijo no acepta la nueva situación. Ciertos episodios escolares del niño les obligan a verse más de lo deseable porque, aunque quieren estar lo más lejos posible, están condenados a entenderse por el bien de su ejercicio como padres. Es la historia de De mutuo desacuerdo que se estrenó hace unas semanas en el Teatro Bellas Artes; por ello aprovecho la ocasión para entrevistar a su autor, Fernando J. López.
¿Cómo surge esta historia de desavenencias entre una ex pareja?
En realidad, es una historia muy coherente con mis textos anteriores. Ya había abordado el mundo de la pareja en teatro (Cuando fuimos dos) y en novela (Las vidas que inventamos), pero me apetecía indagar un poco más allá, en un tema más amargo: cómo nuestra propia mezquindad puede arruinar la vida de un tercero. De ahí surgió De mutuo desacuerdo, quería hablar de lo difícil que es reconstruirse tras una ruptura y de cómo esa reconstrucción, cuando interviene la paternidad, resulta aún más compleja. Necesito que mi teatro refleje lo que sucede ahora y pensé que era oportuno llevar esta situación, tan general y cercana, a las tablas.
Quino Falero es el director de De mutuo desacuerdo, al igual que estuvo al frente de tu anterior obra, Cuando fuimos dos. ¿Qué visión aporta a tus textos?
El trabajo con Quino es muy enriquecedor. Hemos formado un tándem que espero que se mantenga durante mucho tiempo, pues crear con él es una motivación enorme. Entiende perfectamente los pliegues emocionales de mis personajes y es capaz de dibujar todos y cada unos de los matices que hay en sus palabras. En mi proceso de escritura intento suprimir siempre lo que resulta obvio, pues no me interesa –como lector ni como espectador- el texto aleccionador o el parlamento donde se nos explica qué hemos de pensar o sentir ante una historia. Por eso, en mi teatro es tan importante la labor de un director que sea capaz de trabajar el subtexto y encontrar, como sucede en De mutuo desacuerdo, el verdadero corazón de la obra. En este caso, estamos ante una comedia que, en su esencia y bajo las risas del público, es un drama. Quino no solo es un mago en la dirección de actores, sino que además sabe cómo traducir al lenguaje cómico la función sin perder jamás su complejidad.
Eres profesor de alumnos muy jóvenes. ¿Cómo se les puede acercar el teatro para que les enamore y tengamos futuros teatreros?
Basta con buscar montajes adecuados a sus intereses y no hablo, solo, de teatro pensado para adolescentes. Son muchos los textos que les interesan y muchas las funciones que pueden despertar su amor al teatro. Ahora mismo, en el Bellas Artes, tenemos muchos grupos escolares que vienen a ver De mutuo desacuerdo y es fascinante hablar con ellos de la obra a la salida. Hasta hemos desarrollado una guía didáctica para la función. Lo que hace falta es llevarles al teatro, contagiarles nuestra pasión y demostrarles hasta qué punto ese lenguaje puede emocionarles.
Como profesor tendrás alumnos de padres divorciados. ¿Crees que afecta al hijo en su rendimiento en la escuela?
Los alumnos se ven afectados por todo cuanto tiene que ver con su situación familiar y personal. Escogí el tema del divorcio porque no quería retratar una familia tradicional modélica, puesto que para mí es un cliché obsoleto. Por suerte ahora los modelos de familia se han multiplicado y cada uno tiene que salvar sus propias dificultades. Lo que me permitía tratar el tema del divorcio era analizar cómo el egoísmo de los adultos nos impide darnos cuenta de cómo cuanto hacemos influye en nuestros hijos. La separación de los padres, cuando los hijos se convierten –por desgracia- en un arma arrojadiza, da lugar a situaciones tan duras como la que cuenta la obra. Por eso, precisamente, escogí el género de la comedia, para provocar la reflexión pero no herir a quienes están sufriendo –padres, madres, hijos- un momento tan complejo como este.
¿Qué han aportado los protagonistas, Toni Acosta e Iñaki Miramón, a tus personajes?
Han aportado muchísimo. Son dos actores magníficos y su generosidad en el trabajo ha hecho crecer a los personajes en todo momento. Como autor jamás imaginé que iba a tener la suerte de contar con dos personas como ellos, que han trabajado la obra con algo que, para mí, es esencial: la verdad. El humor de la obra no nace de la caricatura, sino de esa misma verdad con la que transitan por los diversos espacios emocionales y psicológicos de su función. Lo que hacen en esta función es un auténtico recital interpretativo. Y los personajes, desde que comenzamos hasta ahora, jamás han dejado de crecer.
Aunque está calificada de comedia, no habla sobre hechos banales, también nos hace reflexionar, ¿cierto?
En el fondo, la comedia es el género más serio de todos. Las verdaderas comedias, las que a mí me interesan y me hacen reír, nacen del dolor y de la tragedia. Solo cambia el punto de vista, la perspectiva con la que se mira a los personajes. En este caso tenía claro que no quería verlos de modo grotesco: nos reímos de lo infantiles que pueden (podemos) llegar a ser, pero se entienden sus motivaciones y sus vacíos. Otro factor esencial para mí es no juzgarles: ambos tienen sus razones y ahí, precisamente, reside el debate. Me gusta leer y oír comentarios de espectadores que me cuentan que han salido debatiendo del teatro, pues en el texto quise poner los argumentos de ella y los de él, pero las conclusiones debe ponerlas el público. No me interesa nada el teatro que adoctrina al espectador.
Éxito de crítica y público, ¿te impone a la hora de de escribir nuevas historias?
Siempre impone respeto saber que tu trabajo provoca una reacción positiva, pero al final el miedo se vence de manera natural, porque es imposible frenar el impulso creador y la necesidad de contar historias. No sé ver el mundo de otra forma que no sea a través de las palabras, así que necesito construirlas para, de algún modo, seguir vivo. Esa necesidad es un buen antídoto contra el miedo y, además, espero no perder nunca ese terror a la página en blanco, porque de ahí es de donde nacen los retos y la necesidad de seguir avanzando.
Próximamente podremos disfrutar de otro texto tuyo, Los amores diversos. ¿Qué nos harás vivir en este ocasión?
Se trata de un monólogo protagonizado por la actriz Rocío Vidal y dirigido, de nuevo, por mi querido Quino Falero, en el que se aborda el tema del amor (a la literatura, a los demás y, sobre todo, a uno mismo) a partir de la historia de una mujer (Ariadna) que ha de recorrer un tortuoso laberinto de recuerdos en la noche en que muere su padre. En una función llena de emociones y en la que se habla de temas que me tocan muy directamente, como la identidad, la visibilidad o la construcción de quiénes somos a partir de los textos que leemos. O que escribimos… Lo que esperamos es que el público haga ese viaje emocional con nosotros y que, ojalá, salga del teatro con ganas de acercarse a las autoras y autores que componen el laberinto de la protagonista.
A los que aún no la hayan visto, ¿para qué ir a ver De mutuo desacuerdo?
Para reírse durante hora y media, disfrutar de dos interpretaciones espectaculares y, además, ver un pedazo de vida en el que, seguro, más de uno se va a sentir muy reflejado.
Por último, ¿alguna obra que hayas visto últimamente y te haya gustado?
Muchas, la verdad. Ahora mismo estamos en un momento creativo lleno de propuestas tan diversas como interesantes. Montajes tan estimulantes como Los nadadores nocturnos, por ejemplo, son un buen ejemplo de ello.
» Las verdaderas comedias nacen del dolor y de la tragedia»
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